domingo, 23 de agosto de 2009

Los lanudos de El Padul


Cultura-Granada
Los lanudos de El Padul
Sus restos se encuentran diseminados entre la Universidad, el Parque de las Ciencias y varios pueblos, por lo que se pretende juntarlos en un futuro museo en esta localidad
ELVIRA MARTÍN SUÁREZ
Detalle de la explotación de la turbera, con varios niveles de turba en los que salen los fósiles. / IDEAL
Exhibirá los fósiles de estos gigantes, que desaparecieron del sur hace 25.000 años
Quién me iba a decir a mí que me quedaría en los huesos. A mí, que era grande, fuerte y correteaba feliz por estos andurriales. Pero ha pasado mucho más tiempo del que podéis imaginaros. Han pasado nada menos que treinta mil años desde que nací en una gran manada de mamuts que vivía en estas tierras. Desde pequeñito tenía todo el cuerpo cubierto de pelo, como mi madre y las madres de mis amigos y como nuestros padres; por eso nos decían los lanudos. Teníamos suerte, porque entonces hacía mucho frío.
Los mamuts lanudos vivíamos en los continentes del norte en los tiempos de la última glaciación, al final del Pleistoceno, y todo estaba cubierto de un gran manto de hielo y nieve. Había poca agua porque estaba toda congelada. Por eso los bisabuelos de mis bisabuelos pudieron llegar a la Península Ibérica pasando por los flancos costeros de los Pirineos. Atravesaron andando la bahía de Vizcaya o el golfo de León que se habían quedado secos porque el nivel del mar estaba mucho más bajo que ahora. La mayoría de los que llegaron, y también sus descendientes, se quedaron viviendo en el norte, pero algunos recorrieron toda la península y vinieron hasta estas tierras lejanas del sur donde nací.
Como éramos lanudos soportábamos muy bien el frío, por eso yo tenía muchos parientes en todos los sitios gélidos: en Inglaterra, en toda Europa, en Rusia, China y hasta en Norteamérica. Todos nos parecíamos mucho: éramos grandotes, cabezotas y trompudos -como nuestros primos los elefantes-, teníamos mucha lana y un flequillo que nos tapaba la frente. Todos teníamos dos colmillos pero los de las chicas mamuts eran pequeños, ridículos comparados con los nuestros, que eran grandes y retorcidos.
Estepa árida y muy fría
Durante todo el tiempo que estuvimos aquí hacía mucho frío. Entre todos los mamuts europeos mi manada fue la más osada, la que se atrevió a ir mucho más al sur que todas las demás. Los primeros mamuts del sur vivieron hace casi cuarenta mil años en una estepa árida y muy fría, casi como una tundra, sin árboles, sólo con hierbas. De vez en cuando, en vez de mucho frío, sólo hacía frío y entonces crecían encinas, abedules, enebros y pinos. Pero en este ambiente llegaban los animales y los hombres que nos perseguían y teníamos que irnos a las tierras más altas. Volvíamos otra vez cuando llegaba más frío. Los últimos mamuts desaparecimos del sur hace ya veinticinco mil años. Éramos los reyes del frío.
Nuestras manadas eran grandes. Cuando éramos pequeños nos gustaba mucho jugar con los primos y con los amigos. Pero cuando nuestros colmillos empezaban a crecer y a ponerse retorcidos, entonces descubríamos que nos gustaba más jugar con las primas y sus amigas. Esa fue nuestra perdición. Las hermanas, las primas y las amigas tuvieron mucha suerte, porque la matriarca las dejaba quedarse. Pero a nosotros, con colmillos retorcidos y todo, la vieja arpía nos echaba de la manada. Así que nos dedicábamos a deambular en pandillas de jovenzuelos. De vez en cuando -confieso que la primera vez no sabía bien para qué- las chicas nos llamaban y nos dejaban acercarnos a sus manadas de hembras. Entonces nos peleábamos a testarazo limpio todos los chicos de la pandilla y, claro, ya no podíamos volver a juntarnos, porque nos dábamos de topetazos por lo enfadados que estábamos. Por culpa de las chicas me encontré viviendo solitario, como un vagabundo. No hay derecho, total si mi chica me llamaba una vez cada cinco años...
Los hombres -primero los neandertales y después los cromañones- y los depredadores nos preferían a nosotros, los machos solitarios, porque éramos más fáciles de cazar, sobre todo después de las peleas a cabezazos y por el cansancio acumulado -el que tenía la suerte de cansarse-. Corríamos y corríamos como locos, sin mirar siquiera dónde pisábamos. Y así nos fue. Porque en nuestra huida nos metíamos en una ciénaga en la que nos hundíamos y nos quedábamos atrapados. Aquí no nos mataban los cazadores -que sí miraban dónde pisaban-, nos moríamos lentamente por tener los colmillos retorcidos.
Han pasado más de treinta mil años desde que me quedé atrapado en esta turba -en la que me fui pudriendo poco a poco- hasta que me habéis encontrado. Habéis excavado para sacar lo poco que queda de mí: mis huesos, mis muelas y mis colmillos. Cuando me metí en la ciénaga que me sirvió de trampa mortal era ya muy viejo, por eso tenía los colmillos tan retorcidos y me había salido la muela del juicio. También estaba achacoso, con unos dolores terribles que me machacaban por las mañanas, y ahora me dicen que era por la artrosis y por la artritis que se ven en los huesos de mis patas. Pues vaya. Quedarme yo en los huesos.
Cambio climático
Nosotros los lanudos éramos los reyes del frío. Pero cuando terminó la última glaciación nos sobraban las lanas. Nos extinguimos en todas partes cuando llegaron las temperaturas más altas. Y el caso es que os veo preocupados por el cambio climático. No termino de entenderlo. Hace un poco más de calor que cuando yo vivía aquí. Pero es que el clima de La Tierra siempre ha oscilado. Ahora estáis viviendo en una época de frío (menos del que yo necesitaba). Ese aumento de la temperatura que tanto os inquieta se ha repetido muchas veces entre las glaciaciones. Y aquí estamos, sin lanudos, viendo venir una nueva fluctuación en la temperatura de estas tierras.
Por primera vez voy a desvelaros mi gran secreto: junto con mis restos habéis desenterrado también mi fantasma, el del mamut lanudo, el que os cuenta esta historia mientras vaga sin descanso. Mi fantasma recorre estos parajes donde viví para ver mi colmillo retorcido en el Parque de las Ciencias, mis mandíbulas y mis huesos repartidos en la Universidad de Granada y en varias casas de los pueblos que hay ahora -y que ya voy conociendo-.
Los fantasmas de los lanudos sólo pedimos un deseo: nos gustaría volver a estar juntos (ya no nos vamos a pelear más). Sólo así nuestros fósiles y nuestros fantasmas dejarán de vagar como almas en pena por estas tierras que recorríamos en nuestros tiempos más fríos. Todavía nos quedan muchos parientes dentro de la turbera. Por eso queremos estar cerca, en el Museo que es necesario hacer en El Padul, donde nos etiquetarán con frialdad científica como restos fósiles de Mammuthus primigenius. Pero los fantasmas de los mamuts lanudos sabemos que ese museo será nuestro particular cementerio de elefantes: el de los huesos y los dientes en los que nos hemos quedado. ¿Quién me lo iba a decir a mí?

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